Y es que no sólo de Le Mans vive el slot, o el coleccionista, el hombre, vamos. Por eso de vez en cuando, muy de vez en cuando, recibe uno la "Patente de Corso" para meterle mano a un cochecito, de llamémoslo un valor respetable, y convertirlo en una pieza única de coleccionista.
Una de esas colecciones, que por buen gusto, exclusividad, y sensibilidad fuera de lo común en cada una de sus elecciones, caracteriza primordialmente la del bueno de Óscar, el cual ya se ha puesto la venda en los ojos como aquella figura que iconografiara a la Diosa Justicia para dejar en mis manos un resultado final que siempre espero le sorprenda un poquito más que la anterior.
Y ésta vez le ha tocado a una elección muy particular sobre el Ferrari 250 GT de SlotClassic, desde el cual se prentendía llegar a la unidad que participó en el año 1957 en la prueba que tradicionalmente se disputaba en Elkhart Lake (USA).
Así que eso nos pone ante el nuevo reto de hacerle el coche especial. Si. Un coche blanco especial. Al menos lo intentaremos.
Para ello se ha trabajado el coche mediante veladuras de un color más oscuro para poder marcar volúmenes y luces a un blanco que ya no será roto. El coche gana así en matices y detalles, que como los buenos vinos al paladar, deben apreciarse en la mano cuando uno lo oxigena para tratar de ver las distintas reflexiones de la luz. Natural a ser posible. Y eso que el barniz al final siempre tiende a matar un poco estos efectos. Pero me consuela el hecho de que su propietario ha sido capaz de apreciarlos sin haberle apercibido de ellos. Luego están.
Luego vendría un pequeño efecto de uso en pista mediante la aplicación de unos pigmentos convenientemente adapatados para que con el uso y "manoseo" no se vayan al traste en pocas lunas. Efectos que se acentúan más en la puerta contraria al conductor. Obviamente ya sabéis por qué.
El resto hay que atribuírselo al buen hacer en la manufactura de las piezas de César Jiménez. A la riqueza que le dan los detalles en fotograbados, las piezas en metal blanco con unos cromados muy aceptables, esas llantas que hasta hace no mucho eran la envidia de los mal llamados "clásicos", y unos interiores bien resueltos cuando son íntegros en resina.
Con todos estos ingredientes y una buena receta, algo del cocinero, y mucho del comensal, se obtiene un coche de slot de esos que por no salir de la vitrina tienen el premio de no envidiar nada a las "estrellas Michelin". Plagado de matices. De los que gusta enseñar a las visitas entendidas en la materia. Porque al final no sólo es un coche blanco.
Un saludo.
Miguel.
0 comentarios:
Publicar un comentario